Eppur si muove (y sin embargo se mueve): Perspectiva de la radiestesia en la Argentina. Juan Gimeno - 2011 - Parapsicología de Investigación

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Eppur si muove (y sin embargo se mueve): Perspectiva de la radiestesia en la Argentina. Juan Gimeno - 2011


La conocida frase que inicia el título es la atribuida a Galileo Galilei luego de abjurar de la hipótesis heliocéntrica ante el tribunal de la Santa Inquisición, y la que se acostumbra a citar cuando los hechos o la evidencia científica se obstinan frente a cualquier principio de autoridad. A los fenómenos incluidos dentro de la radiestesia les cabe adecuadamente esta expresión, ya que a pesar de la indiferencia de casi todo el espectro universitario, se encuentran periódicamente informes que reivindican el uso de la varita y el péndulo; mientras que un grupo de radiestesistas, ajeno a la interminable polémica, hace de la búsqueda de agua su profesión. Este artículo pretende dar cuenta somera de los principales textos publicados en el país sobre el tema, resaltar algunas figuras pioneras, mencionar las provisorias hipótesis explicativas y presentar parte de la actualidad de la radiestesia argentina.

La radiestesia llegó con los inmigrantes europeos (si se exceptúa la posibilidad de haber sido practicada por los pueblos originarios, alternativa que merece futuras indagaciones), en cuyo continente ya se practicaba al menos desde 1556, año en que se publicaba una escena en un libro de geología en la que aparecían radiestesistas y excavadores (Agricola, 1912, p. 42). El interés fue en aumento, de acuerdo a una revisión bibliográfica (Klinckowstroem, 1911) que contabilizaba 98 trabajos publicados, casi todos franceses y alemanes, durante el siglo XVII, 214 en el siguiente, para trepar abruptamente a 12.000 hasta la primera década del siglo XX. Ya que no es el objetivo central de este artículo, el lector interesado en profundizar antecedentes externos puede consultar el completo informe de George Hansen (1982).

Los primeros textos de divulgación

El interés por el tema culminó en 1913 con la organización en París del primer congreso internacional, al que la prestigiosa Academia de Ciencias francesa envió cinco representantes. Allí se desechó el término rabdomancia, que aludía a sistemas adivinatorios ocultos, y se acuñó el más respetable de radiestesia, aunque ambos seguirían conviviendo durante mucho tiempo. El tema comenzó a popularizarse, sobre todo por la transcripción de artículos publicados en el viejo continente. El primero conocido apareció en 1920, en la revista El Hogar, la de mayor venta de la época. Allí se definía a los fuenteros como “individuos que tienen la propiedad de descubrir la proximidad de un manantial (…) sin valerse de otra cosa o ayuda que la famosa varita del oficio, que tiene aparentes virtudes mágicas” (1920), descripta como una simple horqueta de avellano de 30 a 40 centímetros, con la que se recorría el campo sosteniéndola horizontalmente por sus extremos, moviéndose compulsivamente al pasar sobre una corriente subterránea.

Tres años después, la revista Riel y Fomento, muy consultada por productores agrícolas e ingenieros agrónomos, publicaba otra nota en la que, si bien en su título se aludía al “arte de los rabdomantes”, en el contenido se subrayaba que “nos hallamos, pues, en presencia de una especie de magia”, para después esbozar una de las hipótesis sobre las que se insistiría en el futuro: “Hablan de ‘campos de vibraciones’ que serían emitidos por todos los cuerpos, campos sutiles que únicamente los nervios humanos percibirían, así como la ‘galena’ detecta la onda hertziana –preguntándose más adelante si– esa ultrasensibilidad de los rabdomantes fuera tan sólo el secreto de ese arte que aparece rodeado de tanto misterio” (1923, p.84).

La revista Caras y Caretas, una de las más populares, distribuida en todo el país y en España, sería la que insistiera, pudiendo consultarse otro aporte (1921) donde figuraba una foto del Dr. Armand Viré, miembro del Museo de Historia Natural de París, con una varita en sus manos, agregando a las posibilidades del método la prospección de minerales; diez años después se podía leer que también un péndulo se prestaba adecuadamente para el procedimiento, sabiendo interpretar sus oscilaciones, advirtiendo que “el hombre de ciencia tiene el deber de investigar las causas de los fenómenos tan singulares y de comprobar ciertas hipótesis” (1931). A partir de entonces el tema será cada vez más habitual, encontrando en poco tiempo varios artículos similares (Darder Pericás, 1933) (Símboli, 1933), apareciendo recién en 1935 la palabra radiestesia reemplazando a su antecesora (1935).

El primer libro fue publicado en 1924 por Juan A. Senillosa, un exótico intelectual cuya labor puede seguirse a través de sus colaboraciones en la revista socialista Claridad. El libro de 63 páginas sorprendía desde su título, ya que en él se aludía a la rabdomancia como a un deporte, a la vez que “un enigma de la psiquis humana” (Senillosa, 1924); y nacía a raíz del rechazo por parte de los diarios La Razón y La Vanguardia de sendas cartas promoviendo la actividad, ya que, según contaba su autor: “Es tan simple el aparato como fácil de ensayarse, tanto más que nos la han legado todas las civilizaciones desde las más remotas” (p. 10). En el texto abundaban exclusivamente citas de libros europeos, lo que confirma su carácter pionero en el país, y trataba de alentar tanto al estudio científico de sus causas como a su práctica, para luego proclamar: “Nos diéramos por muy satisfechos, por cierto, si se consiguiera la revelación de unos veinte rabdomantes, tan solamente, para ejercer el nuevo oficio en las regiones secas de nuestro país”, asegurando a continuación que “hay gente que desde hace años viene preocupándose de la aplicación de la rabdomancia para descubrir vetas de agua, de petróleo o de metales” (p. 17).

La Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires

El primer informe surgido de las filas académicas argentinas, con la firma del ingeniero Enrique Hermitte, fue el resultado de una consulta hecha en 1912 por el Ministro de Agricultura de la Nación, sobre la conveniencia de aceptar el ofrecimiento de la empresa Einar K. With y Cía, que utilizaba los servicios de un joven rabdomante italiano, llamado Alvino Rosa, para detectar fuentes de agua para el Estado. Hermitte venía presidido de importantes méritos, ya que había presidido la Dirección de Minas e Hidrología en 1907, año en que se descubrió el petróleo en Comodoro Rivadavia. Su respuesta, publicada originalmente en mayo de 1912 en el Boletín del Ministerio de Agricultura, fue luego reproducida en sucesivos números de un medio gráfico de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires (Hermitte, 1918a, 1918b, 1919a, 1919b), donde era profesor de mineralogía y geología. La opinión fue terminante al referirse a “adivinadores, bacilogiros o rabdomantes” que se dedicaban a descubrir aguas subterráneas, apoyados, según expresaba: “En la tendencia hacia lo sobrenatural de los ignorantes y de los que creen en la quiebra de la ciencia; y la consecuencia es que de todos los procedimientos que se emplearon, es éste [la rabdomancia] el que ha obtenido más éxito y el que más lo obtendrá” (Hermitte, 1918a, p. 159).

Las evidencias presentadas no estaban basadas en experimentos propios, sino que se limitaban a unos pocos párrafos citando a un tal abate Paramelo y al “señor Tristán”, supuestos expertos en el viejo mundo, quienes desaconsejaban rotundamente la utilización de la radiestesia. Y luego de describir los mejores sistemas reconocidos por la ciencia, terminaba recomendando: “Debe desconfiarse de aquellos que quieren rodear sus conocimientos de una aureola misteriosa, haciendo intervenir fuerzas ocultas o sobrenaturales, o, por lo menos, teniendo en cuenta que no es mucho el daño que pueden producir, dándose el placer de hacerse pasar por adivinos, bastaría tener presente que la retribución de sus servicios debe mantenerse entre límites razonables” (Hermitte, 1919b, p. 65).

En 1931 aparecía en España y llegaba a la Argentina un libro importante para la radiestesia local (Darder Pericás, 1931), destinado a la enseñanza de la hidrología en la universidad, con la novedad de ocupar una cuarta parte de sus 540 páginas para incluir a la rabdomancia entre los métodos de búsqueda de agua subterránea, equiparándola con otros mejor aceptados. Su autor era un reconocido geólogo, que presentaba extensos y detallados experimentos, alejando el tema del esoterismo y mostrando sus preferencias provisionales por la existencia de fuerzas o campos “rábdicos”, hasta ese momento desconocidos, que moverían la varita o los músculos de su portador.

Este atrevido texto debe haber animado a ingenieros agrónomos que competían con radiestesistas poco letrados que muchas veces los superaban en efectividad. En 1935 se publicaba la comunicación académica del ingeniero agrónomo Marcelo Conti (1935), profesor en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires. Se trataba de una breve y sigilosa presentación, en la que su autor prefería utilizar sinónimos como radiostesia (percepción de ondas rábdicas o telúricas, siguiendo a Darder Pericás, al que citaba al final), radiotelurismo (estudio de las ondas de la tierra) o rabdología (de rabdomancia, aunque cambiando el sospechoso sufijo), para referirse a una nueva ciencia que, según expresaba: “Interesa sobremanera al geólogo y al agrónomo, por lo que se refiere a la búsqueda de las aguas subterráneas, de los minerales, del petróleo y demás investigaciones relativas al suelo y al subsuelo (p. 252).

Conti se había doctorado en Milán, en 1901, y ya en el país había sido jefe de la Oficina de Hidrología Agrícola del Ministerio de Agricultura de la Nación; había recibido en 1928 el diploma de doctor honoris causa de la Universidad de Buenos Aires, donde había fundado las cátedras de mecánica e hidráulica agrícolas, y según explicara sin ambages su rector en la presentación de un libro suyo: “Es el mejor especialista en mecánica agrícola que tiene el país. Es una inteligencia dúctil, es un estudioso y un trabajador; su aporte bibliográfico suma más de sesenta publicaciones, sin contar su asidua colaboración en diarios y revistas de la materia” (Conti, 1938, p. VI).

En su artículo, Conti se refiere a dos técnicas de prospección hasta entonces antagónicas: la clásica, que denomina radio-geo-técnica, basada en el estudio de la geología de la zona y la utilización de aparatos eléctricos, “como hacen nuestras grandes reparticiones de geología y minas, yacimientos petrolíferos y otras entidades, siguiendo procedimientos largos, costosos y no siempre seguros, ˗y otra de carácter mixto˗ que consiste en controlar con los mejores aparatos electrométricos las indicaciones de un rabdomante inteligente y conciente, profundo en geología, hidrología y electrotecnia, caso que he comprobado personalmente con los rabdomantes ingenieros De Vita e ingeniero Fischer” (p. 254 y 255).

La referencia a estos colegas, con la clara intención de legitimar sus afirmaciones, se explicita en un párrafo que prefigura una labor experimental: “Sobre mapas de agua previamente identificadas, allí donde mayor era la reacción de la varita magistralmente y científicamente manejada por el ingeniero Fischer, allí mismo el Electrómetro acusaba una baja mayor de potencial, notándose en todos los casos una perfecta correlación entre la intensidad de las manifestaciones rábdicas y la gradiente del potencial del campo eléctrico consecuente con la naturaleza y estructura del subsuelo” (p. 257), adhiriendo a una hipótesis física, más proclive a ser aceptada en su ámbito.

En la bibliografía final menciona un artículo publicado en la Argentina por el geólogo Ottomar Schmiedel (1931), inhallable hasta el momento aunque digno de futuras búsquedas, sobre todo porque el firmante era funcionario del Museo de Historia Natural de La Plata; también un artículo del mismo ingeniero Rodolfo Fischer (1934) aparecido poco antes que el suyo en La Prensa, el matutino más importante del país, en el que ocupaban un lugar preponderante los avances técnicos en agricultura y ganadería. La simultaneidad de las publicaciones permite intuir una estrategia de divulgación conjunta; también su contenido, ya que Fischer repetía los conceptos generales de Conti, en el sentido del fututo promisorio de la rabdomancia como ciencia, y de una posible explicación física a través de “ondas desconocidas análogas a la electricidad”. Y si bien no mencionaba su propia habilidad como rabdomante, reconocía haber presenciado “éxitos notables”, para terminar alentando al agrimensor, que “hallará en el ejercicio de la rabdomancia científica una actividad utilísima como auxiliar de su profesión”.

Conti aseguraba haber interesado a algunos distinguidos colegas en la “nueva ciencia”, aunque sólo mencionaba, además de Fischer y De Vita, al Dr. Tomás A. Le Bretón, Ministro de Agricultura de la Nación entre 1922 y 1925, y académico de número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria; ofreciendo en el final su mano tendida: “Yo seguiré mi camino haciendo de mi parte lo poco que me sea posible (…). Hay ambiente para muchos, os invito a colaborar” (p. 257). ¿Cuál fue la repercusión de estos trabajos? Un panorama preciso de los años inmediatos se encuentra en un informe de actividades de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires entre 1936 y 1940 (Marotta, 1944). En 1938 Conti aparecía como profesor titular de las materias hidráulica agrícola y mecánica agrícola, y director del Instituto de Mecánica e Hidráulica Agrícolas, creado un año antes. Y a pesar de iniciar el primero de los volúmenes de la nueva Biblioteca Agronómica y Veterinaria (Conti, 1938), en el que citaba su único trabajo sobre radiestesia, no aparecía ninguna referencia nueva, ni tampoco el Plan de Trabajos Prácticos de esos años incluía ninguna actividad sobre el tema. En definitiva, ningún trabajo fue publicado en la facultad en las siguientes tres décadas, haciendo caer en saco roto su postrera invitación.

Los aportes experimentales del Dr. Pedro Schang

El ostracismo intelectual no sólo fue padecido por Conti sino por otros que se atrevieron a llevar su escepticismo más allá de lo que la comunidad científica consideraba aceptable. En 1936 Pedro Schang era docente en la misma facultad en la que actuaba Conti, y la misma en la que Bernardo Hussay había sido por diez años profesor de fisiología, antes de recibir el primer premio Nobel argentino en ciencias; y si bien muchos años después reconociera haber iniciado sus trabajos sobre radiestesia en ese año, debió postergar hasta 1967 el dictado de su primera conferencia. La espera puede justificarse ante una cuestión tan controvertida, aunque recientes declaraciones de su hija abonan otras alternativas. Luego de recordarlo operando con la varita en su campo de Lobería, aseguró: “Mi padre tenía muchos amigos. Uno de ellos era [el Dr. Bernardo] Hussay, aunque siempre le recomendaba que no se metiera con esas brujerías porque le iban a traer problemas” (Schang, 2010).

Finalmente Schang entre 1967 y 1968 publicó tres comunicaciones, una en el Boletín de la Academia Nacional de Medicina, de la que era académico titular, y otras dos en los Anales de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria, que lo contaba como académico de número. En la primera de ellas (Schang, 1967) aseguraba: “En el caso de la búsqueda de agua por radiestesia pensamos dejar bien sentado, que se trata de hechos que se repiten y reproducen a voluntad y se pueden controlar recíprocamente entre varias personas” (p. 600). Manifestaba que el diez por ciento de las “miles” de personas testeadas, entre ellas muchos estudiantes de su cátedra, percibían el comportamiento anómalo de la varita ante la circulación de agua, por cañerías o en el subsuelo, y corroboraba haber identificado variables que relacionaban el caudal o la profundidad con el tipo e intensidad del movimiento. Por último arriesgaba una hipótesis original, que decía haberlo alentado a continuar: Habría una relación entre los ritmos respiratorios del operador y la perturbación de la varita, y aunque describía diversos ensayos, de campo y de laboratorio, y establecía algunas relaciones provisorias, prefería no avanzar en la nominación de las fuerzas intervinientes, a la vez que esperar a que sus experiencias fueran repetidas por otros investigadores.

Un año después publicaba su segunda comunicación (Schang, 1968a), con el ya más arriesgado subtítulo de “cargas rábdicas positivas y negativas en agua, metales, minerales y elementos químicos”, aseverando que: “El conjunto de todos esos campos o fuerzas (…) constituyen poderosísimos campos magnéticos, eléctricos o rábdicos” (p. 173). Estas afirmaciones eran acompañadas por nuevas experiencias, no sólo con agua sino con otros elementos, ya decididamente en el espacio del laboratorio. Definía como positivos, negativos o indiferentes a diversos materiales ensayados, de acuerdo a la atracción, rechazo o indiferencia de la varita hacia ellos, incluyendo las tablas correspondientes. Otro aporte significativo era el registro de las “fuerzas rábdicas” ayudado por un fisiógrafo de la facultad, conectado a un amplificador de ondas. Con distintos elementos en la probeta certificaba que la fuerza detectada sobre la varita era del orden de 4 milivolt, dejando constancia de una frase que no parece exagerada: “Este hallazgo, por ser el primero registrado, significa un gran paso en la detección de estas fuerzas o campos por aparatos registradores” (p. 169).

En el mismo año Schang divulgó su tercer informe (Schang, 1968b), confirmando las posibilidades de la radiestesia para identificar el sexo en diversas especies biológicas, muchas veces proclamadas aunque no siempre fundamentadas. Logró discriminar machos y hembras mediante el uso de la varita en embriones de pollo antes de nacer, continuando con cien cobayos de distinta edad, lo mismo que conejos, cerdos, bovinos, equinos y humanos. En todos los casos describía las rigurosas condiciones experimentales observadas, que incluían diseños a doble ciego, grupos de control y observadores independientes. Por último, anticipaba un trabajo de largo aliento para diagnosticar el sexo de los fetos humanos en las embarazadas. Luego de descartar numerosas causas de interferencias, comunicaba los primeros resultados con un nivel del 88,2 por ciento de aciertos, aunque agregaba con prudencia: “Nos proponemos continuar esos controles hasta cumplir con 1000 nacimientos, con lo cual tendremos una estadística que permita sacar conclusiones” (p. 148).

La actuación de Schang en la facultad debe haber producido el revuelo y las resistencias esperables, aunque sus publicaciones indican la decisión de seguir adelante. Un colega suyo divulgaba las cualidades que debieron ayudarlo. Luego de recordar que su labor científica constaba de más de cien trabajos, puntualizaba: “Era también un hombre valiente, decía su verdad cuando y donde podía, pero siempre era su verdad, porque se asemejaba a los hombres que supieron morir por ella, su valentía lo obligaba a arriesgarse a cada instante y nunca se dejaba arrastrar por esa multitud de temerosos, que no quieren juzgar por sí mismos” (Manzullo, 1975, p. 19). Esa valentía lo había llevado a investigar en los mismos claustros en lugar de aislarse en recintos particulares. En sus informes señalaba a otros académicos que colaboraban con él, incluso como radiestesistas. Entre otros mencionaba al ingeniero agrónomo Eduardo Pons Peña, vicepresidente de la Sociedad Científica Argentina, certificando junto a él sitios para obtener agua por radiestesia en su campo de General Madariaga; o al ingeniero agrónomo Máximo Bocket, decano de la Facultad de Ciencias Agrarias de Cuyo, realizando una demostración informal con la varita en Mendoza, en 1963, nada menos que durante un receso de la reunión anual del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

El Dr. Pedro Schang falleció el 6 de diciembre de 1969 y no se conoce ninguna continuación de sus trabajos. Una frase que mencionara en su primera publicación, puntualizando que: “Si se plantea el hecho ante hombres de ciencia ajenos al problema, aparecen sonrisas que van desde la negación burlona a la sonrisa escéptica con todas sus gamas” (Schang, 1967, p. 600), delataba un estado de ánimo general que no pudo modificar. La única novedad hasta el presente es la mención en un trabajo (Bavera, 2009) surgido de la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad de Río IV; precisamente su autor es profesor de esa casa y su libro está incluido en la bibliografía básica de algunas materias de la carrera de ingeniería agronómica. La radiestesia ocupa sólo tres de las 476 páginas en el capítulo X, titulado Detección de Agua Subterránea, en donde reitera los conceptos generales ya expuestos por Conti y Schang, agregando un testimonio personal: “Nosotros hemos trabajado con radiestesistas y comprobado personalmente estos hechos, con resultados sumamente positivos en la aplicación del sistema” (p. 165), mencionando a continuación sus nombres y aportando fotografías de ellos en plena actividad. La ausencia de nueva bibliografía confirma la opinión de que nada ha ocurrido desde las efímeras irrupciones de Conti y Schang en el ámbito académico argentino.

Los aportes particulares

Bavera en su libro arriesga una frase que conecta dos palabras hasta el momento escindidas: “Una característica de la radiestesia con relación a la parapsicología, por ejemplo, es que es uno de los pocos campos de lo paranormal en el que de una forma práctica pueden medirse los resultados obtenidos” (p. 163), juicio al que rápidamente puede adherirse, incluyendo la mención de los resultados económicos, ya que permite solucionar complejos problemas tecnológicos con mínimos costos. Sin embargo, los principales referentes de la parapsicología argentina casi la han soslayado, privándose de una excelente fuente de experimentación, limitándose a incluirla someramente en sus textos. J. Ricardo Musso la enumeraba entre los fenómenos sujetivos, al decir: “Los rabdomantes sostienen entre sus manos una horqueta o varilla en tensión. Cuando captan por ESP una corriente de agua, sus manos realizan inconscientemente, y la varilla en tensión experimenta una brusca sacudida hacia abajo, señalando el hallazgo” (Musso, 1965, p. 50). Naum Kreiman por su parte dedicaba el capítulo 33 de su libro (Kreiman, 1994) al entrenamiento de la ESP por medio del péndulo, y definía: “La práctica del péndulo consiste en transferir inconscientemente a los movimientos de la mano (que a su vez mueve el péndulo) los conocimientos de tipo extrasensorial, que de esta manera se ponen de manifiesto” (p. 283). Estas opiniones casi calcadas revelan una hipótesis alternativa, y casi antagónica, que pone el acento más en las habilidades psi del sujeto que en fuerzas o campos producidos desde el objeto.

Orlando Canavesio fue con seguridad el parapsicólogo argentino que prestó mayor atención a este problema, incluyendo reiteradamente en su Revista Médica de Metapsíquica a instituciones y revistas especializadas en radiestesia entre las de parapsicología, puntualizando que: “La radiestesia es una modalidad de responder de la ‘facultad metapsíquica’, en su carácter de matagnosia, es decir, conocimiento extrasensorial o conocimiento que nos llega por otras vías que no son los sentidos clásicamente descriptos” (Canavesio, 1949, p. 143). Esta insistencia por clasificar a la radiestesia entre los fenómenos de ESP (percepción extrasensorial) no es caprichosa, sino que resulta obligada al intentar explicar no sólo la habilidad para encontrar agua u otros minerales en el terreno, para lo que el principio de parsimonia recomendaría no exceder la admisión de alguna fuerza equiparable a la electromagnética o gravitacional, ya que los parapsicólogos debieron también responder a los fenómenos conocidos como de “teleradiestesia”, mediante los cuales se aseguraba conseguir los mismos resultados actuando lejos del lugar, colocando el péndulo o la varilla sobre un mapa o actuando en situaciones aún más controversiales, como la descripta por Musso (1965) al ilustrar: “El señor Poletti, por ejemplo, con un péndulo en la mano, recorre mentalmente los distintos órganos de una persona, y descubre por los movimientos del péndulo cuando en un órgano está localizada una lesión; de igual manera puede captar otros objetos: aguas subterráneas, minerales, etc” (p. 52).

Las hipótesis físicas y las parapsicológicas convivieron en la Asociación Argentina de Radiestesia (AAR), constituida en Buenos Aires en 1966. Entre sus fundadores había ingenieros agrónomos, como su primer presidente Juan P. Prigray; o el ingeniero Pedro Belcaguy, profesor de hidráulica agrícola en la Facultad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires; también médicos, sobre todo partidarios de la discutida escuela homeopática, como el Dr. Jorge A. Varando o el Dr. Victorio Contento, quienes utilizaban el péndulo como un auxiliar para el diagnóstico de enfermedades. En este sentido es destacable la mención del farmacéutico homeopático Dr. Juan A. Martínez, también miembro de la AAR, reconociendo que: “Para la selección y estudio de los medicamentos recurrí a la aplicación de la técnica Radiestésica, antigua Rabdomancia” (Martínez, 1990, p. 7).

Otros autores que aportaron como socios o referentes de la AAR fueron Jorge Duclout (1940), el ingeniero Guido Bassler (1977, 1995), Héctor Morel (1978) y el sacerdote Ricardo Gerula (1990, 2001). A pesar de la declaración de principios inaugural, el grupo no pudo avanzar hacia la tarea experimental, desarrollando en las primeras décadas una intensa labor divulgativa a través de conferencias, cursos y la publicación de un Boletín Informativo de aparición irregular, para comenzar a declinar a partir del siglo actual. En el presente su actividad es sólo residual, quedando la página Web www.radiestesiaargentina.com como testimonio de pasadas épocas de esplendor.

Trabajo de campo en la comarca de Sierra de la Ventana

Se conoce como comarca de Sierra de la Ventana a un corredor angosto de unos 60 kilómetros de extensión, ubicado en la provincia de Buenos Aires, a 550 kilómetros de la capital argentina. Está recorrido por las rutas 72 y 76, y contiene a los pueblos de Saldungaray, Villa Ventana y Sierra de la Ventana, y a la ciudad de Tornquist. El objetivo del trabajo de campo era conseguir información sobre Federico Melchert, un radiestesista ya fallecido, que según varios ex socios de la AAR había poseído habilidades excepcionales y había sido pionero de la radiestesia vernácula. En el cementerio de Saldungaray encontré su tumba y en la delegación municipal conseguí algunos datos biográficos: había nacido en Alemania en 1883 y su fallecimiento se había producido el 7 de junio de 1962 a raíz de un “síncope cardíaco”.

De acuerdo a testimonios coincidentes pude averiguar que Melchert había trabajado desde joven en El Retiro, una estancia ubicada a pocos kilómetros de Sierra de la Ventana, encargándose del vivero con el que se forestó el establecimiento y el Golf Club local, ambos pertenecientes a Diego Meyer. Estuvo casado con Jenny Kuntze, con quien tuvo dos hijos varones, ambos ya fallecidos. Su fama como radiestesista creció rápidamente, convirtiéndose en un personaje célebre. El documento más importante que pude conseguir fue una página de un folleto más extenso, publicado por sus amigos a modo de homenaje poco antes de su muerte, en donde figuran 14 certificaciones de búsqueda de agua “por rabdomancia”. En cada una de ellas se detalla el lugar, la fecha, todas entre 1949 y 1960, la profundidad y el caudal anticipado, además de los valores verificados luego de la perforación, habiendo en los 23 pozos registrados apenas una diferencia máxima del diez por ciento entre ambos guarismos, certificados con la firma del dueño del establecimiento o del supervisor de las tareas. Melchert no se limitaba a la búsqueda de agua sino que habría confeccionado un mapa geológico de la zona, en donde estaban detallados filones de diversos minerales de potencial valor económico; también pude recoger testimonios directos de quienes recordaban haber presenciado experiencias en las que encontraba con su varita pequeños objetos escondidos deliberadamente en la tierra arada, o revelaba características físicas de personas ausentes observando las oscilaciones del péndulo colocado sobre cabellos o prendas del involucrado.

Durante las primeras gestiones surgieron referencias de otros radiestesistas actuales, por lo que decidí extender la duración de la estadía. Finalmente, entre el 10 y el 15 de diciembre de 2010 administré 16 entrevistas, con las que pude construir una reseña del presente de la actividad en la zona, que tal vez pueda extrapolarse a otros lugares del país. Existe entre las personas no graduadas cercanas al negocio del agua, el convencimiento de que los métodos de prospección ortodoxos son imprecisos y mucho menos efectivos que los basados en la radiestesia. Se repite incansablemente el relato del ingeniero que equivoca el lugar elegido para realizar el pozo, debiendo ser auxiliado por el radiestesista. Los consultados confiesan que el descubrimiento de su habilidad ocurrió cuando otro radiestesista más experimentado, luego de ubicar con la varita una napa subterránea, lo invitara a probar; entonces, al tomar el instrumento y pasar por el lugar señalado, sentía que “la varita se retorcía entre mis dedos”, y en caso de querer retenerla observaba que podía llegar a partirse ante los esfuerzos antagónicos.

En Sierra de la Ventana la familia Blanc busca agua por radiestesia desde 1958. Lo hacía el abuelo Camilo, un inmigrante suizo llegado al país a fines del siglo XIX; luego su hijo Oscar, nacido en 1920, aprendió de él y de Federico Melchert; y por último sus hijos Camilo y Roberto continúan hoy. La gran mayoría de los pozos del pueblo fueron “marcados” por ellos y excavados con sus propias máquinas. Roberto Blanc me recibe en su casa, en donde no abundan los lujos. Con la humildad característica de los hombres de campo me cuenta su historia. De pocas palabras, me sorprende trayéndome un libro sobre el tema firmado en la primera página por Melchert, mientras agrega: “Don Federico era muy amigo de mi padre. Iban juntos a La Pampa a marcar pozos. Nos dejó muchos libros, pero los fui prestando y sólo me quedó éste”. Sin yo solicitarlo me invita a una demostración. Salimos al patio, busca de su camioneta la varita que usa habitualmente y pasa con ella sobre una vertiente conocida que atraviesa el lugar. Repite la acción todas las veces que se lo pido, y parece satisfecho de que pueda fotografiarlo y filmar el reiterado movimiento de la varita. Antes de irme me revela en tono de confidencia que también usa el péndulo para buscar desde su casa objetos o personas perdidas, asegurando: “Es cuestión de concentración. Uno le pregunta al péndulo y contesta por sí o por no”, aunque ante mi insistencia prefiere cambiar de tema: “No me gusta hablar mucho de esto porque después piensan cosas raras”.

El tipo de varita no exige condiciones estrictas. Las hay de cerezo, de sauce o de mimbre, de avellano o de membrillo, con la salvedad de que la madera sea resinosa y flexible. Pedro Belate, sin embargo, prefirió construir una con alambre de cobre. La tiene colgada en su taller de Saldungaray, junto a las demás herramientas que utiliza para la instalación de bombas y molinos, que extraen el agua que previamente encuentra por radiestesia. “Hace 30 años que vivo de esto –comenta con naturalidad, para luego advertirme–: En la zona hay varios que dicen buscar agua pero no hay que creerles a todos”. Rodeado de caños, planchuelas y tornillos, toma una tiza y utilizando el piso como pizarrón me regala una clase de geología práctica, ya que, asevera: “Hay que conocer cómo son las cosas abajo para encontrar agua con menos dificultad”. A pedido mío recorre como un quijote moderno el patio de su taller, permitiéndome observar y registrar la indescifrable oscilación de la varita al cruzar el arroyo subterráneo.

Cuando pido explicaciones todos asumen que la varita se mueve sola, y ante mi exigencia de detalles escucho frases como: “Es la radiación del cuerpo de uno”, o “es una cuestión de corriente estática que atrae a la varita”, aunque sin el acervo teórico imprescindible para resultar creíbles. Cuando lo consulto a Néstor Pagalday, concuerda: “Es una atracción magnética y yo hago de conductor”, opinión que lo hace desconfiar de algunos libros que hojeó, en los que se describen técnicas facilitadoras de concentración mental. Caminamos por las calles de Tornquist, él sosteniendo un alambre de 6 milímetros de espesor formando una omega de 50 centímetros de diámetro que utiliza como varita, y yo con mi cámara digital en la mano. Mientras saluda y me presenta a sus vecinos, recorre las veredas verificando la circulación de agua o de gas, que también dice detectar, sobre los caños que entran a las viviendas. Y ante algún gesto involuntario de duda de mi parte me obliga a apretar con una pinza el alambre, a pesar de lo cual termina moviéndose, haciendo que la herramienta melle el metal.

Desde mi lugar no puedo descubrir explicaciones más habituales para lo que veo, aunque nada me atrevo a asegurar sin mejores condiciones de experimentación. Imagino una beca para investigar seriamente a estas personas dispuestas a los desafíos. Me pregunto qué dirá de todo esto algún miembro de la comunidad científica local. Ana Halter es ingeniera agrónoma y directora de la Escuela de Educación Agropecuaria de Tornquist. Me invita a pasar a su oficina, hasta la que llegan los ruidos de sus alumnos durante el recreo. Me relata la visita de Ernesto Navarro, un radiestesista ciego traído por la Asociación Cooperadora en el año 2000 para buscar agua en el campo que la escuela tiene en Villa Ventana. Ayudándose con esquemas y dibujos que garabatea en una hoja de borrador, describe a Ernesto con su varita sobre una camioneta que zigzagueaba por el campo, luego la aproximación a pie hasta definir el lugar preciso, y por último las indicaciones del péndulo: “En base a las vueltas que dio en un determinado tiempo, medido por nosotros con un reloj de pulsera, dijo que había una napa más cerca pero que era insuficiente, que había que seguir perforando hasta los 90 metros. A los 20 metros encontraron agua pero era poca, a los 25 otra vez lo mismo, y cuando llegaron a los 90 surgió un chorro que todavía hoy usamos para riego”. Antes de despedirme resulta obligada la consulta sobre el choque de ambas miradas, a lo que responde sin inmutarse: “La verdad es que si yo tuviera que invertir en una perforación no llamaría a un rabdomante sino que haría los estudios geoeléctricos que hay que hacer”, aunque después atempera su juicio: “No creo que Navarro haya acertado de casualidad, es una zona con muchos problemas para encontrar agua. Lo que pasa es que no confiaría en cualquiera”. Mientras le daba la mano para despedirme, le contestaba diplomáticamente con un “lo mismo que usted” a su pregunta sobre cuál era mi opinión al respecto, aunque ambos conveníamos tácitamente que estábamos ante un problema que no se resolvía con declaraciones ocurrentes.

Ya de regreso, pude cerrar este trabajo visitando al ingeniero hidráulico Ricardo Ceriale en su estudio de Lomas de Zamora. En 2003 había trabajado para la municipalidad de Tornquist, supervisando uno de los pozos que los Blanc habían marcado. Me entrega un curioso documento oficial, en donde se asegura que: “La ubicación de la perforación estuvo a cargo de los hermanos Blanc, quienes mediante varas y péndulos marcaron el lugar preciso de afluencia de los ríos subterráneos, estableciendo con su basta experiencia el punto a perforar” (Ceriale, 2003, p. 1). Confirma la idoneidad de los radiestesistas, aunque no se sorprende tanto como yo de que el Estado avale una práctica que la ciencia rechaza. Le recuerdo las palabras de su colega Guillermo Bavera, en el sentido de que la radiestesia se impone por los resultados prácticos e inmediatos que ofrece. Asiente complacido; y mientras me convida el último mate, todavía agrega: “Yo trabajé con los Blanc porque es lo natural en Sierra, todos confían en ellos. Creo que tienen alguna sensibilidad especial, como los instrumentos que uso para medir corrientes o campos, aunque yo no aprendí nada en la facultad sobre esto”, patentizando que el problema sigue en el mismo lugar de incertidumbre que un siglo atrás.

Consideraciones finales

En este informe obligadamente escueto, se incluyeron elementos de juicio para demostrar que la radiestesia, si no es un fenómeno paranormal al menos comparte con ellos la reacción del saber establecido. Al igual que con los ectoplasmas del siglo XIX o con los recientes experimentos Ganzfeld para probar la percepción extrasensorial, existe una reacción corporativa de silencio y descalificación, a la vez que unos pocos deciden investigar por su cuenta y riesgo, ya sea porque se los exige su probidad intelectual o porque la observación directa del fenómeno los haya conminado a actuar. También comparte con la parapsicología el oneroso lastre de saber que sólo un escasísimo porcentaje de casos son auténticos, debiendo gastar tiempo y esfuerzos en descartar previamente observaciones erróneas o engaños deliberados. A su vez, como fenómeno de difícil adaptación al laboratorio, tiende a ser dejado de lado por los parapsicólogos, quedando de esta manera aislado y librado a su propia suerte. Pero a pesar de todo, como si se tratara de una pulsión, igual que los poltergeist o los sueños premonitorios, como la tierra mientras Galileo recitaba su eppur si muove, el péndulo y la varita siguen moviéndose a la espera de esos hombres y mujeres decididos que sepan arrancarle sus secretos, sean ellos cuales fueren.

(1) Quiero agradecer a María Inés Lavalle, actual copropietaria de la estancia El Retiro, en Sierra de la Ventana, por toda la colaboración y el entusiasmo brindado. También a Arnaldo Botto, director de FM Reflejos de Sierra de la Ventana, por los datos y contactos que con tanto altruismo me cedió.

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